¿Sabes esas veces que estás en el coche y pasa a tu lado un autobús lleno de gente? Pasa sin más, como si fuera uno más, total, prácticamente todos los días ves pasar uno. Pero dentro del autobús todo se ve diferente.
Ahora mismo estoy dentro de uno, volviendo del viaje de estudios de mi clase, y me estoy dando cuenta de todo esto. Porque no creo que seáis conscientes de lo que veo cuando giro mi cabeza y veo a todas esas personas con las que he compartido muchas cosas en un tiempo relativamente corto. Detrás de todas las pequeñas siestas, los auriculares con música y las miradas que salen por la ventana, se esconden todas esas personas que día a día me ayudan a superar los madrugones y las largas horas de clase.
Que al fin y al cabo son las personas con las que más horas paso al día. Una segunda familia con la que reír juntos, con la que disfrutar juntos, con la que pasar lista de los buenos y los malos ratos. Incluso están allí para secar tus lágrimas, tenderte una mano y ayudarte en todo lo que puedan. Que no los he elegido, pero si hubiera podido hacerlo, estarían todos aquí, montando bulla mientras escribo esto. Y eso es lo más grande que se puede sentir.
Pero tenemos que empezar a darnos cuenta de que Óscar tiene razón. Que es la última vez que compartimos autobús, ya sea de ida o de vuelta. Que ya no podremos quedar en la habitación de los otros para pasar el rato. Que no hay más kilómetros que recorrer. No vamos a volver a pasar frío mientras visitamos una ciudad de la que nos enamoraremos.
Que está acabando, chicos. Y que a pocas personas le duele esto más que a mí. Pero aún nos quedan tres meses para disfrutar juntos. Tres meses para agradeceros todo lo que habéis hecho y todo lo que habéis conseguido en dos años. Y lo que venga después no me preocupa. Porque sé que ese punto que ponemos en nuestra vida no es un punto final, sino el primero de los tres puntos suspensivos.
Testua: Pablo López, ‘Náufrago del silencio‘ bere blogean.
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