Komunitateko salestar batzuek oporretako egun bat aprobetxatu dute san Bizenti Paul-en jaiotze-herrira hurbiltzeko, Dax-Akize hiritik gertu.
(Texto: Josean Hernández)
Sí señor. Hemos cruzado la raya, la muga, la frontera.
Con lo cerca que tenemos Lapurdi, Aquitania, Gascuña, Las Landas y qué pocas veces vamos para allá. En nuestra conciencia histórica, pasar la frontera francesa, para ir “cerca”, suena a “ir a Lourdes”.
Pero, más allá de lo que signifique Lourdes, tenemos unos paisajes magníficos cargados de historia y de arte. Y están cerca, muy cerca.
Para quitar prejuicios geográficos y distancias kilométricas, hubo que asegurar que, desde Barakaldo, se llega antes a Lapurdi o a Las Landas que a Pamplona y a Burgos. Con eso está todo dicho, y fuera prejuicios.
Así que, en la tarde del día anterior a la salida, unos power-points nos documentaron sobre todo lo que pensábamos ver. Y, el miércoles 23, salimos temprano para aprovechar mejor el horario de los franceses, que cierran los monumentos a las 11,30 de la mañana. Y los vuelven a abrir a las 14,30.
Nuestro primer destino fue el barrio de Ranquines, en el pueblo landés de Saint-Vincent-de-Paul. Ranquines es como nuestro “I Becchi”. Y Saint-Vincent-de-Paul como si fuese nuestro Castelnuovo Don Bosco. Se llamaba Pouy, pero al ser la cuna de un santo tan grande, los franceses no pudieron menos que cambiar el nombre al pueblo.
Allí vimos los edificios “reconstruidos” de lo que pudo ser el barrio donde nació Vicente de Paúl a finales del siglo XVI (24 de abril de 1581). Ya veis que, por un día, no pudimos celebrar allí su cumpleaños.
Visitamos la hermosa casa donde nació. Vimos, por fuera una típica granja landesa y el aprisco. Dedicamos un buen rato a recorrer por fuera y por dentro la iglesia. Miramos desde una cierta distancia el resto de edificios de Ranquines: la casa de ejercicios; la residencia de ancianos; la casa-comunidad de las Hijas de la Caridad; la casa-comunidad de los Paúles; el colegio-internado; algunos edificios semi-abandonados, restos del antiguo seminario que hubo hasta que la falta de vocaciones obligó al cierre. Y luego, largamos un buen rato discutiendo si el centenario árbol que preside desde hace 700 años el lugar es un roble o una encina.
Nos quedamos sin poder ver el vídeo y la exposición dedicada a san Vicente y a la Familia Vicenciana. El hermano encargado se ausentó por causas ajenas a su voluntad… y nos dejó «plantados».
Luego fuimos a la cercana Dax. Es la ciudad más importante del termalismo en Francia, con 60.000 personas atendidas al año, en quince establecimientos balnearios. Nosotros nos contentamos con mojar nuestras manos (alguno también la cara y las rodillas), en la Fontaine Chaude, con una mínima parte de los dos millones de litros que manan, cada día, a 64 grados de temperatura.
Recorrimos sus calles, antes y después de comer. Nos tomamos el café en “El Txupinazo”. Visitamos la iglesia de san Vicente de Xaintes y las Dominicas. Entramos en la Catedral. Nos sacamos una foto en la estatua del “Legionario y su perro”, leyenda que inició el termalismo en Dax. También vimos las murallas galo-romanas, la plaza de toros, sin olvidar las estatuas al toro y al recortador. Antes de marcharnos compramos algunas “delicatessen” de la zona, para compartir en comunidad, y nos volvimos para casa.
Al final, objetivos cumplidos. Un momento de sana convivencia, con muchos ratos agradables y anécdotas para recordar. Un momento de formación en el año de la “espiritualidad”, dado que san Vicente de Paúl está en la raíz de parte de las ideas de Don Bosco. No en vano le llamaron el “San Vicente de Paúl del siglo XIX”. Y un poco de culturilla sobre la historia del sur de Francia; más conocimientos del termalismo, especialmente del codiciado “peloide de Dax”, la milagrosa mezcla de limo del río Adour, de agua termal y de algas que, por falta de tiempo, no pudimos darnos por todo el cuerpo, como algunos hacen en los barros del Mar Muerto.
Y ya sabéis el resto de gentes de este rinconcito de la nueva inspectoría: Francia está cerca, muy cerca. Y si hay más tiempo… ¡siempre nos quedará París!
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